FRAY MANUEL MARTINEZ DE NAVARRETE
Oleo por: Arturo Hernández
Zamora se ha caracterizado por ser cuna de humanistas, de personas que, a través de su pensamiento, han influido generosamente en generaciones de mexicanos. La mayoría de nuestros personajes se han distinguido por buscar la armonía y el equilibrio del hombre con su entorno y con la sociedad, haciendo de la razón la herramienta más noble de su propuesta de cambio.
Ubicado en la primera tríada de personajes ilustres de nuestra ciudad, por temporalidad, junto a Benito Gamarra y Dávalos y José Sixto Verduzco, Joseph Manuel Ramón, según lo estipula su acta de bautismo: “En la villa de Zamora en diez y ocho de junio de mil setecientos sesenta y ocho; yo el bachiller Sebastián de Mendoza de licencia parroquial, bauticé solemnemente, puse el santo óleo y chrisma a Joseph Manuel Ramón, español, hijo legítimo de don Juan María Navarrete y de doña María Theresa de Ochoa Abadiano,; fueron sus padrinos don Domingo Bezeluxi y doña María Isabel Dábalos, a quienes advertí su obligación y lo firmé con el señor cura. Rúbricas de Lic. Miguel Chacón y B. Sebastián de Mendoza”.
Franciscano y poeta; o bien, poeta y franciscano, tocó a Manuel de Navarrete, con su obra, inaugurar el periodo poético del romanticismo, estilo y escuela que vendría a ser el abrevadero de la poesía mexicana durante el siglo XIX y buena parte del XX. Sobre nuestro árcade se han ocupado excelentes plumas: Carlos María de Bustamante; Menéndez y Pelayo; J. M. Beristáin; Francisco Pimentel; José Olmedo y Lama; Eduardo L. Gallo; Francisco Sosa; Antonio García Cubas y Juan María Gutiérrez. Ya más cercano a nuestro tiempo, sobresalen excelentes ensayos del inmenso Pedro Henríquez Ureña en sus “Estudios Mexicanos”, Don Francisco Monterde, que por encargo de la UNAM, recopiló en “Poesías Profanas”, parte primordial de la Obra de Navarrete y el propio Octavio Paz.
“Hijo de hidalgos pobres, don Juan María Martínez de Navarrete y doña María Teresa Ochoa y Abadiano, nació José Manuel Martínez de Navarrete en Zamora de Michoacán el 16 de junio de 1768. Por la estrechez de fortuna de su familia, agravada por la muerte prematura de su padre, apenas pudo conocerlo, pues murió cuando el niño tenía sólo cuarenta días de nacido, no obtuvo en la infancia sino incompleta educación: estudió, sin embargo, el latín, en su ciudad nativa, con don Manuel Cuevas. En Valladolid, actual Morelia, hizo los primeros estudios. Adolescente le trajo a México un pariente suyo, el licenciado don José Manuel Abadiano y le colocó de empleado en una tienda de los llamados Portales de la Diputación. Oficio que, debido a su inclinación por el estudio, alternó con clases de Álgebra y Geometría. Además tomó clases de dibujo, esgrima y danza. Cinco años vivió en la capital. En 1787, a la edad de diez y nueve años, movido por la vocación a la vida religiosa se dirigió a Valladolid para comunicar la decisión tomada, a su hermano Blas, quien le dio apoyo moral y económico.
A los diecinueve años decidió consagrarse a la Iglesia, y marchó a Querétaro, para ingresar al Convento Franciscano de San Pedro y San Pablo, donde tomó el hábito franciscano el 6 de agosto de ese mismo año de 1787 y profesó el 7 de agosto de 1788 juntamente con su amigo Fray Vicente Victoria, el Fileno a quien dedica algunos de sus poemas Hizo allí el noviciado: pasó al Convento de recolección del Pueblito, donde perfeccionó sus estudios de latín, Aunque en este lugar enfermó de pleuresía y su salud quedó muy quebrantada, terminó sus estudios y de ahí pasó al Convento de Celaya a cursar tres años de filosofía, junto con su amigo Victoria. En Celaya escribió sus primeros versos, y, según parece, hizo muchas lecturas literarias y filosóficas. Se cita el hecho de que se dedicara, en unión de su amigo Fray Victoriano Borja, a la lectura de Laurentio Altieri, que sin duda pasaba en México por innovador en filosofía.
Regresó a Querétaro a cursar teología; terminados sus estudios, obtuvo la cátedra de latinidad en el Convento grande, en este tiempo glosó en décimas el texto de Job. Pasó más tarde al Convento de Valladolid de Michoacán (hoy Morelia); luego, siendo ya sacerdote, estuvo como predicador en Rioverde y Silao (hacia 1805); fue nombrado, por fin, cura párroco de San Antonio de Tula (1807), donde le conoció Feliciano Marín, Obispo de Nuevo León. Quizás este prelado influyó en su posterior promoción a guardián del Convento de Tlalpujahua (1808). Y al él le dedicó la “Oda sáfiro-adónica”.
Comenzó a publicar sus versos en el Diario de México, en 1806, sin firma o con las iniciales N. o F.M.N. Adquirió pronto renombre en todo el país; la Arcadia de México, reconociendo en él al primer poeta de Nueva España, le nombró su Mayoral, y aun algunos de sus literatos residentes en la capital pensaron emprender su viaje por conocerle. No usó nombre de árcade, aunque en sus versos se llamaba Silvio, y Mariano Barazábal le llamó Nemoroso (Diario de México, 20 de marzo de 1808 y 28 de septiembre de 1809). Por error se le atribuye el nombre arcádico de Anfriso, que era precisamente el de Barazábal. Obtuvo, en 1809, un premio en el certamen abierto por la Universidad de México, en honor de Fernando VII; ya que el 21 de agosto de 1808, participó en el homenaje que se ofreció a Fernando VII como protesta por la invasión francesa de España, con un soneto al dicho Fernando VII. Y Finalmente, el mismo año de 1808, fue nombrado Guardián, superior, del convento de Tlalpujahua, Mich.
Joven aún, murió en Tlalpujahua el 19 de julio de 1809. Fue, según se cuenta, hombre sencillo y amable, modesto y tímido, aunque de buen porte y tipo europeo. Dícese que, poco antes de morir, destruyó algunas comedias y poesías inéditas…
Fue sepultado, el día siguiente, en la cripta del templo conventual del lugar. Según testimonio de Doña Josefa Silva, anciana que lo atendió en su última enfermedad, antes de morir quemó treinta sonetos a Anarda y otras obras. Su fallecimiento lo dio a saber en el “Diario de Méjico”, el 8 de agosto de ese año de 1809, Carlos María Bustamante, publicando la carta en que se lo comunicaba Fray Juan Méndez. Tres meses después de su muerte, el 19 de octubre de 1809, se leyó y se premió con el primer lugar, con dos medallas de oro y cuatro de plata, el poema en octavas reales con que participó en el certamen literario que, por la exaltación de Fernando VII al trono de España, celebró la Real y Pontificia Universidad de Méjico.
Su físico es descrito, por uno de sus amigos, como “alto de estatura, blanco, de ojos azules, de pelo castaño y rizo, de buena presencia, de semblante halagüeño y de talle naturalmente airoso”. La antología del Centenario nos lo describe con “gallarda figura, aire bondadoso y manso y acrisolada fama de virtud. Con su rostro apacible y sus ojos azules y limpios, suavemente iluminados por la lámpara perenne de su extática fantasía”. Él mismo se describe así: “hombre regular; alto y no muy mal formado, vestido con la mortaja de San Francisco; ignorante, pero que de cuando en cuando parece lo contrario por algunas chispas de su natural feliz, que el Señor se sirvió darme (…) tengo un corazón blando, donde tienen como su nido los dulces afectos del amor y la amistad; tengo una boca verdadera para no engañar a nadie”.
En el apartado de bibliografía, don Pedro Henríquez Ureña, dice de las opiniones vertidas sobre Fray Manuel Martínez de Navarrete:
…El mejor juicio es el de Menéndez y Pelayo, prólogo a la Antología de poetas hispanoamericanos, tomo I, páginas LXXXIII a CLXII.
“Imitó a Meléndez en lo que Meléndez tiene menos digno de imitación, y aun en esto quedó a larga distancia de la morbidez algo lasciva de su modelo. Lo que más demuestra la pureza de alma del padre Navarrete y la natural tendencia de su espíritu, es que sus anacreónticas sólo resultan agradables cuando, en vez de cantar el deleite, celebra los prestigios de la música o los encantos de la inocencia.
“Pero aun en sus versos amorosos hay una nota muy señalada, que es claro indicio de organización esencialmente poética; el sentido del número y de la armonía, no sólo de cada verso, sino del periodo entero…Añádase una lengua naturalmente sana y bastante copiosa, sin alarde ni esfuerzo alguno, lo cual demuestra que el autor, semejante en esto como en otras muchas cosas a Fray Diego González, o no sabía francés, o había formado su gusto y su estilo exclusivamente con la lectura de los poetas latinos y de los antiguos castellanos…Donde el padre Navarrete raya a mayor altura es en sus poesías morales y sagradas, aunque ciertamente no carecen de defectos, siéndolo, y no pequeño, su misma extensión, unida a cierta languidez soñolienta que en el total de la composición se nota. La inspiración del padre Navarrete tiene siempre algo de intermitente y desigual; discurre con mucha elevación, siente con cierto fervor melancólico, que es como tibia aurora del sentimiento romántico (véanse especialmente sus Ratos tristes); pero las alas no le sostienen bastante: le falta ímpetu lírico, y es mejor para citado por trozos sueltos que para leído en su integridad…
…Es justo decir de él lo que dijo en México el más popular de los poetas españoles de nuestro siglo (Zorrilla): Los defectos de sus obras son los de su tiempo, y sus bellezas y excelencias le son propias y personales. El exaltado americanismo de don Juan María Gutiérrez perjudicó mucho el buen nombre del padre Navarrete con la desaforada hipérbole de decir que <rivaliza con el autor de la Noche serena en elevación y candor>. No profanemos los nombres de los grandes poetas en obsequio de las medianías estimables. El puesto de Navarrete es todavía muy honroso, aunque se le ponga donde debe estar, es decir, en su escuela y en su tiempo, al lado de Fray Diego González y de Meléndez, pero con una nota personal suya, que tampoco es la de Meléndez en la poesía elevada; por más que Meléndez, contra la común opinión, transmitida sin examen desde su tiempo, valga infinitamente más como cantor de la gloria de las artes, o del fanatismo, o de la presencia de Dios, o de la prosperidad aparente de los malos, que como el dulce Batilo, autor de tantos idilios, cantilenas y anacreónticas, para nuestro gusto tan amaneradas y tan marchistas”. ( Pedro Henríquez Ureña. Estudios Mexicanos. PP. 149-152. Col. Lecturas Mexicanas, N° 65. México, 1984.y Fray Eulalio Hernández Rivera, OFM. Santa María del Pueblito desde su santuario. Revista bimensual de los Religiosos Franciscanos del Santuario de Nuestra Señora del Pueblito)
Para comprender la grandeza literaria del zamorano, habrá que estipular que, los últimos años del virreinato en la Nueva España fueron un periodo difícil para la producción literaria; sin embargo cuando surge la Arcadia de México, en España la literatura se encontraba en franca decadencia y el Diario de México da a conocer la Arcadia, reconocida como una precursora del neoclasicismo literario en la Nueva España.
La Arcadia fue una “asociación o academia literaria que en el ocaso del virreinato (1805-1812) presenta su producción poética en el Diario de México y llamó la atención porque acogía a un grupo de poetas poco conocidos, cuyos escritos eran censurados. La Arcadia de México se fundó como émulo de poetas, para reproducir los patrones de la Academia de los Árcades de Italia y la Escuela Salmantina del siglo XVIII. Estas asociaciones a su vez estuvieron inspiradas en la arcadia griega”. (Celeste Flores Cartwright. Correo del Maestro Núm. 75, agosto 2002).
Tocó en suerte a Martínez de Navarrete, ser uno de los fundadores del Diario de México, por ser el primer cotidiano aparecido en la Nueva España, “con la anuencia del virrey Iturrigaray —a quien dedican el primer número del Diario—, el 1º de octubre de 1805 dos renombrados abogados —don Jacobo de Villaurrutia y don Carlos María de Bustamante— empiezan a editar el Diario de México, primero en su género cotidiano…Los editores del Diario de México redactan su propuesta de contenido y anuncian que el objetivo inicial es cubrir la demanda informativa popular y realizar una labor social de comunicación que promoviera el progreso de la capital novohispana. Otra finalidad consistía en facilitar el ejercicio del ingenio de aquellos que empiezan a hacer sus ensayos para que se aplicaran mediante la enmienda de sus defectos y posteriormente apreciaran sus progresos literarios. Se publicaban noticias y anuncios gratuitos. Este medio fomentó la afición por la lectura con artículos llamados de “varia lectura” —en los que también se incluía información política de Europa. Se anunciaba la disponibilidad del Diario para recibir las composiciones que le fueran remitidas”. (Ídem)
A Navarrete lo podemos ubicar como un humanista que integró, a través de sus metáforas aquellos elementos que posibilitan que el hombre adquiera una visión más completa de sí mismo y de su mundo; un humanista que propició la formación integral del propio hombre, un humanismo que parte del conocimiento de sí mismo y en la realización de su ser. Pero también habrá que decir que Manuel Navarrete bebió de la tradición que estaba feneciendo en el año en que él falleció (1809) y que respondía al carácter imperialista, dogmático y homogéneo de la España que nos conquistó.
Si analizamos la obra poética de Navarrete, es posible que encontremos en ella elementos de unidad, no sólo nominal, sino real, de tradición, de determinación, que liga de hecho a la realidad las posibilidades de creación y libertad. En el caso de vate zamorano, El término humanismo le queda de manera perfecta y personal, pues se utiliza también y con gran frecuencia para describir el movimiento literario y cultural que se dedica al estudio de las letras y las artes y a quien realiza esta tarea es considerado un humanista.
Según, Kristeller, P. O., El pensamiento renacentista y sus fuentes, F.C.E., 1982, p. 231- 233. “Para lo antiguos, la naturaleza es la fuente objetiva y trascendente de todos los valores”; y es aquí donde la poesía de Navarrete encuentra su elemento culminante, ya que a través de su poesía defiende la idea de libertad contra cualquier poder trascendente que impida al hombre liberarse de las ataduras de la tradición y de la naturaleza, y cuyos versos describen a la naturaleza como un espacio sereno y ordenado: la teoría Órfica en su mejor expresión.
El estilo poético de Navarrete, la sencillez, proviene de la estética ilustrada de España y así se manifiesta en uno de los ejemplares del Diario de México que tenemos a la mano: “Dirá quien mis versos lea/ tal vez sin ningún primor:/ Váyase el rudo pastor/ a cantar allá á su aldea/ Mas para cuando así sea,/ desde ahora mi musa acuerda/ decirle, pues que discuerda/ con su oido mi estilo llano:/ Vaya el necio ciudadano/ con su crítica á la mí—/ ré—fá—sol—lá. Esto es á comer/ con música, que son dos/ gustos á un tiempo.
El Diario de México, donde publicó Navarrete, ha sido motivo de múltiples estudios, ya históricos, ya literarios e incluso de las mentalidades y el nacimiento de nuevas identidades de aquel tiempo, tal y como nos lo explica Leonardo Martínez Carrizales: “Nos referimos al universo de conceptos, discursos y referentes culturales más o menos definido, organizado y constante que permite a las minorías intelectuales configurar una zona común, un campo magnético (por así decirlo) sobre el cual graviten con estabilidad las afinidades electivas que los caracterizan, identifican y definen. Al margen del dominio de ciertas instituciones de la vida civil y de la lucha por el poder en el campo de la cultura, los intelectuales se articulan socialmente en comunidades estables y coherentes gracias al patrimonio simbólico que les es propio y del cual son, además de creadores, preservadores, administradores y difusores. Se trata de un territorio simbólico, por así llamar a la zona en la cual coinciden nuestros sujetos ameritados en la producción y el manejo de bienes simbólicos, que cobra una gran importancia identitaria para quienes se encuentran en trance de modificar su conciencia socioprofesional aparejada a “territorios” que ya comienzan a perder o han perdido definitivamente su prestigio, su influencia y su pertinencia en el diseño de la sociedad; o, sencillamente, para quienes, a pesar de sus atributos intelectuales, se han visto marginados de tales territorios.
Así debió ocurrir a los abogados, los bachilleres, los profesores, los comerciantes, los impresores, los frailes, los funcionarios, los libreros, etcétera, que gustaban de comparecer en el Diario de México, constantemente enmascarados tras un pseudónimo, un anagrama, las iniciales de un nombre… Precisamente, la máscara tras la cual los colaboradores del periódico ocultaban su identidad civil, al margen de los antecedentes de esta práctica en el pensamiento arcádico, indica el hecho de que la identidad de la persona sustentada en su desempeño profesional había perdido para ellos importancia en el debate intelectual, o nunca la había tenido dada su situación mediocre en la pirámide burocrática y en las redes de lazos tradicionales de una sociedad corporativa. Las coordenadas de la identidad civil vigentes hasta entonces se desdibujaban mientras que se construían otras con base en los atributos necesarios para la producción, la difusión y el debate periodístico de las ideas. Competidores modestos en la disputa por el éxito profesional y la distinción social, o francamente marginados, los más asiduos colaboradores y lectores del Diario de México renuncian a la identidad sancionada por una sociedad que no los reconoce y adoptan otra de acuerdo con las leyes de una cultura letrada cuyas notas dominantes son la crítica, el afán de actualidad y el deseo de reducir a sistemas racionales todos los ámbitos de la vida humana.
Uno de los datos más representativos que se impone ante nosotros luego del repaso de la primera época del Diario de México es la discusión constante sobre asuntos literarios que allí tuvo lugar Se trata de una conversación sostenida por un grupo de hombres educados en la cultura literaria más avanzada de la época, y especialmente influidos por los referentes en materia de conducta pública que se desprendían de esa cultura. Nos referimos, por una parte, a la organización racional que el neoclasicismo francés y español habían llevado a cabo como una de sus mayores prendas, y, por otra, a instrumentos y prácticas de naturaleza crítica que se apartaban decididamente del paradigma escolástico. Las polémicas a las cuales fueron tan afectos los allegados al Diario de México pusieron en juego estos referentes culturales, desarrollándolos y difundiéndolos irreversiblemente entre los hombres de letras de México.
A pesar de las naturales diferencias de gusto, sensibilidad, instrucción, procedencia social y ejercicio profesional que se dan en sus integrantes, esta comunidad mantuvo fuertes lazos alimentados por un fondo común de tradiciones intelectuales, universos conceptuales y hábitos propios del debate crítico. La materia de las polémicas sostenidas en las numerosas colaboraciones del Diario de México configura el retrato de un grupo selecto que comparte una mentalidad común; las orientaciones intelectuales y las elaboraciones simbólicas propias de esta mentalidad fueron trazadas, aparte de las líneas básicas de la tradición clásica en materia de cultura literaria, sobre el molde del sistema literario del neoclasicismo español tal y como este sistema había sido planteado por los escritores del último cuarto del siglo XVIII, aproximadamente.
En consecuencia, los colaboradores del Diario de México no sólo estaban dispuestos a reconocer el valor de formas de representación literaria articuladas con base en la teoría de la imitación de raíz clásica, sino que habían ampliado el registro de su inteligencia para valorar obras dictadas por un pathos próximo al romanticismo. No podía haber sido de otro modo en un sistema literario cuyo centro de gravedad se había ido desplazando hacia la lírica. Allí están para probarlo fray Manuel Martínez de Navarrete y los integrantes de la Arcadia de México” (Leonardo Martínez Carrizales. La mentalidad retórica de las minorías culturales reunidas en torno al Diario de México. Universidad Autónoma Metropolitana Departamento de Humanidades. Área de Historia e Historiografía).
Así pues, la importancia literaria del zamorano Manuel Navarrete y de los demás colaboradores del Diario de México, queda no sólo como referente circunstancial de aquel tiempo, sino que es la base de la cual partirán las novedosas escuelas poéticas del periodo independentista y postindependentista del país.
Mucho más se habrá de escribir sobre nuestro zamorano ilustre, ya que representa no sólo un proceso de transición poética: con él “concluye la lírica del virreinato” (Francisco Monterde) y da paso a los poetas de la independencia. Sino que se habrá de escribir más de él por su aportación a la búsqueda incesante de nuevas formas de hacer poesía, ya que se adelanta un buen tiempo a lo que será el romanticismo. Así pues, lo podríamos ubicar en una renovación literaria que no sólo habríamos de estudiar más a fondo, sino precisar hasta dónde buscó conceptualizar el verdadero sentido de la poesía; sentido éste que seguimos buscando a través del proceso de re-creación literaria:
Así pues, os he de hacer
pedazos, porque a mis ojos
no sois más que unos despojos
de un ingrato proceder…
Mas no esto sólo ha de ser:
aún más tenéis que sufrir…:
al fuego, al fuego habéis de ir,
que pues fuego el ser os dio,
fuego ha de ser, y no yo,
el que os ha de consumir.
La razón poética de nuestro paisano no es el rebuscamiento, tan en boga en aquellos tiempos; contrariamente la sencillez es su arma contra la dificultad de leer poesía, así lo estipula en su poema La Inocencia:
Los hombres al mirarla
muda y de rostro bello,
el nombre de la amable
simplicidad le dieron.
Si bien es cierto que, cuando Navarrete fallece, el germen de la gesta libertaria ya se preparaba en Valladolid y a pesar de que el poeta zamorano había triunfado en el certamen convocado para exaltar al monarca español Fernando VII, en su poema Influjo del Amor, pareciera trabajar, subliminalmente, lo que ya ocurría en la Nueva España, y la tragedia que aún hoy nos persigue:
¡Oh México! sin duda yo gozara
del gusto que me brinda tu grandeza,
si causa superior no lo estorbara.
Las musas del poeta: invención nominativa y realidad amatoria y poética. Todo en conjunción para volver a crear, a través de sus metáforas, vida plena en justificación del amor. Talía, Celia, Clorila, Filis, Doris; aunque Celia y Clorila sean las musas principales, a la primera, en el “retrato de Celia” incluso le confiesa haber asistido a la Academia de San Carlos y ser pintor; en tanto que con Clorila se siente descubierto y acalla con rigor, el rumor que siente en su fuero interno:
Por milagro del amor
que a tu beldad me sujeta,
Celia hermosa, ya de poeta
me he transformado en pintor.
Aves de mal agüero,
mil veces mal os haya;
y que os sean como espinas
las flores de mi amada.
La vigencia de una obra como la de Manuel Martínez de Navarrete, es, después de dos siglos de muerto, la trascendencia que todo creador busca en el proceso de re-creación literaria y nuestro coterráneo lo ha logrado con creces. A nosotros nos toca no sólo honrar su memoria, sino conservar su obra y el ejemplo que él, junto a los demás zamoranos ilustres y humanistas, nos han legado. Que así sea, por la memoria colectiva de una ciudad que se niega a perder su identidad humanista.