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LA SEÑA. CEREMONIA RELIGIOSA EN LA CATEDRAL ZAMORANA.

Las referencias que hace don Francisco García Urbizu de la ceremonia de La Seña en sus libros; más las pláticas de nuestros padres y abuelos de la misma, conjugadas con la charla informal con algunos de nuestros lectores, nos obligan a publicar en este espacio una reseña de las ceremonias de La Seña y Las Tinieblas, realizada por don Jorge Moreno Méndez, en su texto sobre la Catedral de Zamora.

La Seña

El Señor Obispo de la Peña, hombre piadoso y celoso del culto divino en su Catedral, para mantener esta a la altura de las demás Catedrales, importó de la Catedral de Morelia, donde tantos años fue Canónigo, dos antiquísimas y solemnes ceremonias en las que él participó infinidad de veces: la Seña y las Tinieblas.

Dos ceremonias nacidas en la Edad Media, que se realizaban en las principales Catedrales de Europa y que habían sido traídas a la Nueva España y a Morelia en los inicios de la Colonia y que fueron implantadas en la Catedral de Zamora, donde se celebraron hasta mediados del siglo pasado. Ceremonias llenas de simbolismos y que daban realce y pujanza al culto catedralicio zamorano.

A la primera, a la Seña (del latín signa que significa señal), asistía gran número de fieles, con devoción, admiración y curiosidad, cinco días al año: el sábado y el domingo de Pasión, el sábado anterior al domingo de Ramos, el domingo de Ramos y el miércoles Santo.

En la tarde de esos días, al terminar el canto de la Vísperas, salían los Canónigos a la Sacristía de la Catedral y se revestían con negras capas con capucha (con la que se cubrían la cabeza con todo y bonete puesto) y larga cauda o cola que envolvían en el brazo izquierdo, mientras caminaban hacia el cuerpo de la Catedral, donde formaban una valla frente a frente.

La Enseña o Señal, que era una enorme bandera de color negro, con una Gran Cruz bordada en su centro (aún se conserva esta bandera en la Sala capitular de la Catedral), era traída por el Padre Ceremoniero y la entregaba el Signífero (portador de la enseña) que era el Chantre, si no estaba el Obispo. Al cantarse por el coro un hermoso y antiquísimo himno llamado Vexilla y que se refiera a la Cruz donde murió Cristo y que es la señal del cristianismo, caminaban solemnemente todos hacia el altar, soltando sus caudas extendidas en el suelo.

Al llegar al altar, los seminaristas las recogían aquellas caudas y, doblándolas, se las entregaban a cada Canónigo que, de nuevo, las envolvía en su brazo izquierdo. Por su parte, el Signífero cruzaba su cauda al pecho y en la espalda, poniendo el extremo superior de la gran bandera sobre el ara del altar, durante el canto de las estrofas; luego lo pasaba del lado de la Epístola y, finalmente, del lado del Evangelio.

Al terminar de cantarse las estrofas del himno, el Signífero se regresaba al centro del Presbítero y, durante el canto de los versos de un sentido y emotivo salmo, se colocaba el asta de la bandera en el hombro izquierdo y luego en el derecho. Después ondeaba la gran bandera o Insignia sobre los Señores Capitulares de ambos lados y los cubría con ella, mientras ellos permanecían arrodillados. Finalmente bendecía al pueblo asistente con la Enseña, la recogía y la dejaba enarbolada en el altar.

Hermosa y significativa ceremonia, digna de ser eternizada en un cuadro y digna de recordarse y conocerse por su solemnidad, su profundo simbolismo y su piadoso impacto. La Catedral de Zamora y los fieles que a ella acudían fueron testigos y actores de esta bella ceremonia durante muchos años.

Catedral de Zamora



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