Recuerdos del portal de los dulces
Aletargados aún en el proceso de desarrollo estabilizador, nuestra ciudad conservaba una tranquilidad pasmosa en los años sesenta y setentas del siglo pasado. El entorno del corazón de la ciudad era un sitio verdaderamente comunal donde convivíamos chicos y grandes, lugareños y fuereños se daban cita en aquel espacio para arreglar diversos asuntos.
En el lado oriente de la plaza principal, la catedral y el portal de los chinos eran lugares que llamaban la atención de los infantes, sobre todo por la existencia en un pequeño local de dicho portal, en el que don Lalo se dedicaba al alquiler y venta de “cuentos” o comics que eran la atracción de quienes ya habíamos aprendido a leer y escribir y nos solazábamos en la lectura de “Superman”, “Vidas ejemplares”, “Fantomas” y otras historietas más, cuya lectura nos costaba diez centavos.
Impresionaba el café de chinos que perduró hasta la década de los setentas del siglo pasado con sus habituales muebles de mesa y bancas como si fueran una sola unidad y la venta del café con leche y los típicos bisquetes. Los muebles pintados de un color verde y un ventanal utilizado como exhibidor del pan por ellos fabricado.
En la callecita de Justo Mendoza, entre el portal y Catedral, el local del señor Valdés con juegos infantiles; sobre todo las mesas de los futbolitos y algunas máquinas eléctricas que iniciaban por aquellos años. Era muy bien conocida la figura del señor Valdés por su inseparable mandil para guardar las monedas y su infaltable cigarrillo prendido a sus labios. Hacia la porción del sur, el Mercado Hidalgo, donde justo en el acceso se expendían tamales y corundas.
En el lado poniente de la plaza, el portal Morelos, donde se expendían riquísimos tacos y tostadas. Todavía recordamos a Nacho Cárabez, vendiendo nieve y refrescos; a don Jesús Chávez y sus ricas tostadas, así como al güero Aldrete.
Hacia el lado norte de la plaza principal, el que fuera portal de mercaderes y en donde desde los últimos años del siglo XIX se empezaron a colocar mesitas con venta de dulces, para ser conocido como el portal de los dulces, tradición que partió de don Gil Martínez, quien fabricaba charamuscas, pepitorias, atarantaguzgos de piloncillo y salvado y bolitas de caramelo, para posteriormente fabricar chongos, huevos reales, gorditas de leche y dulces cubiertos, tradición que continuaría doña Mariquita Carlín. En este mismo portal, donde ahora es el acceso a la Plaza Zamora y que fuera el Hotel Colón, estuvo la familia Alarcón Ahumada con sus enormes rostisadores de pollo, siendo iniciadores de este negocio en la ciudad. El mismo Hotel Colón, alquilado por doña Amalia Custodio. Pasos adelante, hacia el poniente, el famosísimo “Centro recreativo”, que había sido construido desde finales del siglo XIX como “El Imperial”. Ahí fue centro de reunión de lo más selecto de la sociedad zamorana y donde estuvo don Jaime Nunó, en 1901, dirigiendo el Himno Nacional; posteriormente en el patio trasero se construyó una cancha de Basquet-bol y sobre 1963-1964, una pequeña cancha de “Baby.futbol”. Por ahí, en uno de los anexos o locales pequeños estuvo la lonchería del señor Degollado “tostadas de Cotija” y en otro anexo un billar.
La fama del portal de los dulces se complementó con lugares que fueron punto de reunión de los zamoranos en aquellos años de los cincuentas, sesentas y setentas del siglo pasado; por ejemplo, la inolvidable nevería “Eureka”; el “taquito” de don Luis González; el billar anexo al Centro recreativo; Don Pedro Jiménez con sus libros y revistas; los puestos de madera y algunos de estructura metálica, como la “Chapalita”, con su venta de nieves, refrescos y aguas; “Montes”, vendiendo tactos y tortas; doña Esperanza Cachú Chiprés con su venta de dulces; don Jesús Navarro con su puesto de venta de aretes y bisutería; don Toño con venta de jugos, chocomiles y tostadas; el inolvidable don Chema y sus tostadas; las dulcerías “Esperanza” y “Pedro”; un puesto que mantenía doña Amalia Custodio con venta de chongos; doña “Mariquita” la de las revistas; las señoras Margarita y Domitila con un puesto de venta de huanengos y don Adolfo Hernández vendiendo libros, revistas y billetes de lotería.
Enmarcaba este rectángulo el edificio de los “Pérez Ruiz”, quienes se hacían anunciar por el famosísimo “petaquillas”; aquel hombre que se disfrazaba de payaso y con un cono altavoz promocionaba los productos que ahí se vendían. Pocos años más tarde, en la parte superior de este edificio estuvo el “Centro Social”, atendido por don Bulmaro Peña.
En esos años, el sustento familiar era cómodo, por eso iniciaba diciendo que el periodo estabilizador y sustitución de importaciones que manejaron los diversos gobiernos federales desde don Adolfo Ruíz Cortines y que terminan con Luis Echeverría Alvarez, fueron para nuestra ciudad tiempos difíciles de olvidar.