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DOS ZAMORANOS EN LA LUCHA DE INDEPENDENCIA NACIONAL

1810 y 1910 son las fechas que, sin duda, marcan el eje nodal de nuestra soberanía e identidad nacional, por ello este recién iniciado 2010 será conocido como el Bicentenario en que se inició la lucha de Independencia Nacional y el Centenario que originó también el inicio de la Revolución Mexicana. En algunos estados y municipios del país ya se han iniciado los festejos del doble acontecimiento histórico; tales como los antecedentes que originaron la incipiente organización que condujo al levantamiento armado de 1810 y en donde quiera han surgido nombres y hombres que participaron activamente en ambos movimientos.

Nuestra ciudad, con sus característicos rasgos humanistas, no puede quedar soslayada en su aporte a los dos movimientos que, causalmente, se ha manifestado en ciclos de cien años. Si bien es cierto Zamora no fue asiento de conspiraciones en 1810 ó de origen de grupos armados que hayan levantado ámpula en 1910, sí aportó personajes que incidieron, de manera directa o indirecta, en ambos periodos históricos.

Ya hemos dejado manifiesto, en otras ocasiones, que Juan Benito Gamarra de Abalos realizó aportes intelectuales a la lucha de independencia, a través de sus escritos filosóficos que incidieron en el análisis de las condiciones que los conspiradores de Valladolid y San Miguel, hoy de Allende Guanajuato y Querétaro, habían encontrado como oportunas para buscar mejores condiciones de vida para los habitantes de la Nueva España. Y quien primero siguió estas huellas fue otro zamorano: Gabriel Méndez Plancarte en su maravilloso ensayo “Hidalgo, reformador intelectual”, en donde afirma: “No olvidemos que la Disertación de Hidalgo (siendo aún estudiante Hidalgo, participó en un concurso que convocó el Deán de la catedral de Valladolid, doctor don Joseph Pérez Calama y al que se dotó de un premio de 12 medallas de plata para el triunfador) es de 1774. Diez años antes –como ya indicábamos-- el felipense Díaz de Gamarra, de retorno de Europa y henchido de belicoso entusiasmo, había dado luz a sus Elementa Recentioris Philosophiae, que habían obtenido un éxito resonante hasta ser aceptadas como texto en la Real y Pontificia Universidad de México por dictamen unánime de todos sus catedráticos, pero que habían suscitado contra el autor una violenta oposición de parte de no pocos “paleófilos”, o sea, amantes de lo antiguo, como llamaba Clavijero a aquellos que veían en toda nueva doctrina una amenaza a la ortodoxia religiosa, semejantes –dice Maneiro-- a los “religiosos Senadores del Capitolio” que pretendían poner un dique a la triunfal irrupción de la cultura ateniense.

Ni una sola vez menciona Hidalgo la obra de Gamarra, pero me parece casi imposible que no la haya conocido, puesto que era el texto aprobado desde 1774 por la Universidad de México y el que su mismo autor explicaba a sus alumnos en el gran Colegio de San Miguel el Grande (ciudad que entonces pertenecía, eclesiásticamente, al obispado de Michoacán).

Pero la obra de Gamarra, a su vez, tenía como antecedente la vasta y profunda labor de renovación filosófico-científico-literaria llevada a cabo, o a lo menos iniciada, por el eximio grupo de humanistas jesuitas expulsados a Italia en 1767: Campoy, Castro, Alegre, Abad, Dávila, Parreño y –más que todos, a mi juicio-- Clavijero…

Fruto de aquel movimiento fue, a mi parecer, Guevara y Basoazábal, con sus Instituciones elementares Philosophiae, tan semejantes en su orientación general a la obra de Gamarra. Fruto del mismo poderoso impulso reformador –aunque no están todavía precisados los nexos que lo hayan unido con los jesuitas--, el propio Díaz de Gamarra. Fruto, finalmente, y desarrollo del mismo germen fecundo, la obra científica del presbítero José Antonio Alzate y de su valioso grupo.

¿Qué relaciones se podrán establecer entre ese movimiento renovador filosófico-científico-literario y la Disertación de Hidalgo? A mi me parecen clarísimas: la Disertación de Hidalgo no es otra cosa sino la proyección, en el campo teológico del mismo espíritu renovador y de idénticas tendencias fundamentales, aunque quizá en Hidalgo aparezcan un tanto más exageradas en ciertos aspectos, como, por ejemplo, la total y abierta repudiación del aristotelismo.” (Gabriel Méndez Plancarte. Hidalgo Reformador Intelectual. Lecturas Históricas Mexicanas. Ed. UNAM, México, 1994. Selección de Ernesto de la Torre Villar. PP. 560-585)

Y otro tanto acontece con Sixto Berduzco, quien a juzgar por la amistad que lo unió a don José María Morelos y Pavón y derivado de algunos documentos en los que se aprecia una clara influencia de parte del zamorano en algunos de los documentos más importantes del más grande estratega militar que tuvo el movimiento independentista mexicano.

Berduzco había nacido en la Villa de Zamora el 29 de marzo de 1773 y en la que cursó sus primeros estudios en el colegio del Hospicio de las Llagas de Nuestro Seráfico Padre Señor San Francisco, fundado 4 años antes de que Berduzco viera la primera luz, es decir en 1769. A los 13 años es llevado por sus padres a Valladolid, donde lo inscriben en los cursos de gramática latina que se impartían en el Colegio de San Nicolás, cuyo rector era en ese tiempo don Miguel Hidalgo y Costilla. Ahí, Berduzco demuestra una extraordinaria brillantez por el estudio, ya que careciendo de fortuna familiar, obtiene una beca por oposición, la que le permitió dictar las cátedras de latinidad, retórica y artes en el mismo Colegio, del que posteriormente será también rector.

A los 24 años, Sixto Berduzco, el 21 de diciembre de 1797, junto con José María Morelos y Pavón, recibe las órdenes sacerdotales del obispo Fray Antonio de San Miguel. Ambos –parece ser-- optaron por el sacerdocio como medio de hacer fortuna, ya que los dos contaban con un familiar que les podía heredar alguna capellanía, en el caso de Berduzco era su tío el cura de Tlazazalca, José Antonio Macías, hermano de su madre y padrino de bautismo del propio Sixto Berduzco.

De 1799 a 1801, Sixto Berduzco obtuvo los grados de Licenciado en Sagrada Teología y doctor teólogo, grados que lo llevarían a obtener la rectoría del Colegio de San Nicolás. De 1802 y 1803 en que rige los destinos del Colegio de San Nicolás, hasta el año de 1811, el 19 de agosto para ser precisos, fecha en la que acude a Zitácuaro en representación del ya General don José María Morelos y Pavón, Berduzco había desempeñado su ministerio religioso en los curatos de Angamacutiro y Tuzantla, así como una variedad de negocios: arrendador de tierras, comerciante y arriero.

Berduzco habrá de sobresalir en la lucha de la independencia nacional, como uno de los miembros fundadores en lo que es el origen más remoto del Estado Mexicano: la Suprema Junta Nacional Americana, la que como dice don Ernesto Lemoine Villicaña y Moisés Guzmán Pérez “llene el hueco de la soberanía… Aquí se muestra un principio político cardinal en la configuración del génesis del Estado mexicano: el poder soberano”. Quizá, Moisés Guzmán Pérez en su excelente trabajo “La Junta de Zitácuaro, 1811-1813”, es quien mejor resume, aunque paralelamente, la actividad del zamorano: “Con base a la existencia de un poder soberano representado por la Suprema Junta, que pugnara por los principios de libertad e independencia, Ignacio López Rayón (alumno de Berduzco), José Sixto Berduzco y José María Liceaga echaron a andar la maquinaria del naciente Estado mexicano”.

Con este breve apunte, los zamoranos podemos expresar que sí tenemos aportes a las luchas que nos dieron independencia y libertad, ya veremos en próxima entrega la labor realizada por don Gildardo Magaña, en el periodo de la Revolución Mexicana al lado del General Emiliano Zapata.


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